Juan era un niño que vivía en el pequeño pueblo donde nació y nunca salió fuera de él. Tenía una ilusión: ver a los Reyes Magos el día que le traían los regalos. Siempre lo hacía desde la edad de cuatro años. El sistema era sencillo: cuando sus padres se acostaban, él se levantaba y se escondía en un rincón del comedor de la casa. Se tapaba con una manta intentando no ser descubierto por nadie.
El final siempre era el mismo: cuando llegaba la madrugada, le entraba el sueño cayendo en los brazos de Morfeo, sin enterarse de nada.
Esta historia no tendría nada de particular.
Muchos infantes lo han intentado, con la misma suerte que Juan.
Lo que no es tan normal es que él continuó con la rutina del día de Reyes muchos años.
Él cumplía años el día uno de enero.
El año que cumplió los dieciocho, también estaba agazapado en un rincón del comedor esperando poder ver a los Reyes de Oriente.
Cada año aguantaba más despierto. Aquel año fue diferente.
Con ojos somnolientos no paraba de mirar hacia la chimenea donde siempre dejaban los regalos.
La inquietud le invadió cuando se sintió observado desde una de las ventanas.
A pesar del miedo que sintió en ese momento, no dudó en salir de su escondite y mirar a través de los cristales quién lo miraba desde el exterior.
No pudo ver a nadie, solo unas huellas de barro en el suelo.
Las marcas del suelo eran frescas, alguien acababa de pasar por ese lugar.
Las marcas de los zapatos lo llevaron hasta un camino nunca antes visitado por los vecinos.
Estaba descubriendo un nuevo sendero. La vereda de tierra lo acercó a unas rocas. Pudo distinguir una puerta escondida entre maleza.
A pesar del miedo que sentía, empujó la puerta con decisión.
Estaba seguro, acababa de descubrir el lugar donde se ocultaban los Reyes Magos. En la parte izquierda pudo distinguir un pasadizo secreto. Adentrándose en él, llegó hasta una habitación oculta llena de juguetes donde duendes mágicos trabajaban incansables para fabricar los juguetes para todos los niños.
Juan, asombrado por el descubrimiento, decidió que todo el mundo tenía que enterarse.
Cuando se dirigía a la salida, fue rodeado por los duendes.
— No puedes explicar a nadie lo que viste - comentó el jefe de los duendes.
— Tengo que contarlo, esto es increíble.
— No lo hagas.
— ¿Por qué? - preguntó Juan.
— El secreto de la Navidad tiene que permanecer oculto para poder continuar con la magia de las Navidades. Es el momento donde se unían personas que durante el año ni se hablaban, culminando todo con el día que los Reyes vienen a repartir todos los juguetes que nosotros fabricamos.
— De acuerdo, lo haré de esa manera. No revelaré a nadie lo que he visto.
Juan salió del lugar para dirigirse a su casa.
La oscuridad de la noche y las bajas temperaturas no le impidieron girarse antes de entrar en la casa nuevamente. El frío que entraba por la ventana, despertando a Juan, seguramente no la cerró bien y se abrió durante la noche Abrió los ojos y pudo ver los regalos que le dejaron, todos los soñados durante el año solo tenían una duda:
¿Quién trajo los regalos?
A la mente le vino el recuerdo de lo vivido aquella noche.
Pero,
¿fue un sueño o realidad?
La duda la tendrá toda su vida.
Él se quedó sin padres tres años atrás, vivía solo, no tenía familiares ni amigos en el pueblo y la puerta estaba cerrada con llave.
¿Quién puso los regalos?
Esta situación pasó muchos años.
Él seguía durmiendo en el rincón de su comedor a la espera de que entraran los Reyes con sus regalos, pero nunca los vio.
Un año antes de cumplir los cincuenta, una noche intentando dormirse, distinguió a uno de los duendes de aquel año.
Abrió la ventana dejándolo entrar.
"Juan, este año tú ayudarás a repartir los regalos”.
“¿Yo?"
"Sí, Juan, es tu momento”.
¿Cuándo, dónde, cómo?”
"No te preocupes, lo sabrás en su momento”.
El día de los regalos de Reyes, los vecinos del pueblo, extrañados de que Juan no saliera a comprar el pan que cada día le traía el panadero, decidieron acercarse para avisarle.
La ventana estaba abierta y pudieron observar cómo Juan estaba en el suelo sin vida, arropado con una manta, cerca de los regalos de Navidad que él mismo se regalaba.
Desde ese año, en todas las casas del pueblo, cuando abren los regalos, encuentran una nota escrita a mano:
“La verdadera magia de la Navidad está en el amor y la bondad que compartís con los demás”.
¡Feliz Navidad!
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