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FOTOGRAFIAS MORTALES


El espeso aire de aquel atardecer hacía difícil la respiración; se podía ver cómo una densa neblina salía del fondo del bosque. Alberto era un apasionado fotógrafo de paisajes naturales. Le encantaba adentrarse en el corazón de los bosques que solía frecuentar, siempre buscando la toma perfecta, continuamente buscando el ángulo perfecto para plasmarlo en una fotografía. Nunca faltaba su cámara en la mano y su mochila cargada con todos los utensilios necesarios para el día, siempre ajeno a lo que le esperaba ese día.

Había algo que le quitaba el sueño últimamente, algo que sucedía en las últimas fotografías tomadas. Siempre aparecía una persona y, sorprendentemente, pasados dos días de la instantánea, la persona fallecía. Al principio pensó que era casualidad, pero al ver que se repetía en todas las fotos tomadas, empezó a asustarse. A pesar de su intranquilidad, no podía dejar de seguir con su pasión, encontrar la toma perfecta. Su amor por la fotografía de paisajes apartaba cualquier síntoma de superstición.

Una tarde, mientras buscaba la composición perfecta en un claro del bosque, su cámara captó una imagen de una figura solitaria entre los árboles. El corazón de Alberto se aceleró al verla, pero antes de poder reaccionar, la figura desapareció entre la maleza del bosque. Intrigado y preocupado por la visión, revisó el visor de su cámara; la figura apenas era un borrón en la instantánea.

Estaba preocupado por lo sucedido. Volvió a su casa y comenzó a visualizar todas las fotografías en sus archivos. No tardó en descubrir, con horror, que todas las personas que salían en sus retratos, todos absolutamente todos, habían fallecido de forma trágica en accidentes o también de forma misteriosa.

Con el corazón totalmente desbocado, Alberto decidió tomar una última fotografía. Esta sería la definitiva, la que aclararía todo lo sucedido en sus últimas fotos. Se introdujo en el bosque, decidido a enfrentarse a lo desconocido. La noche empezaba a caer sobre el frondoso bosque, justo en ese momento, Alberto descubrió el lugar perfecto para esa instantánea. La plateada luna sería testigo de este evento, se creó una atmósfera de misterio y expectación. Las manos temblorosas ajustaron los parámetros de su cámara, enfocando el objetivo hacia sí mismo. Estaba preparado para tomar su propia imagen.

El obturador hizo clic, la imagen quedó grabada en la memoria de su cámara. Cuando Alberto revisó la fotografía, su corazón se quedó helado en su pecho. En la imagen no estaba solo, justo detrás de él, entre las sombras del bosque, se podía ver una figura oscura, con unos ojos que parecían arder de forma sobrenatural. El terror se apoderó de Alberto, él era el fotógrafo, pero también la próxima víctima.

Con un nudo en la garganta, se dio cuenta de que había desafiado las fuerzas del más allá y ahora debía enfrentarse a las consecuencias. Estaba decidido a no caer sin defenderse hasta el fin. Emprendió una veloz carrera hacia la civilización, un lugar habitado donde defenderse, aunque en el fondo sabía que no podía escapar de su destino. La sombra de la foto le seguía por todas las esquinas, recordándole mentalmente que su fin estaba cerca. Durante unas horas, Alberto se enfrentó a su destino con resignación. Sabía que no podía escapar, pero se negaba a rendirse. Miró por última vez el horizonte y cerró los ojos, esperando el final.

De esta manera, en el silencio del amanecer, la sombra se abalanzó sobre él, arropándolo en un abrazo frío que lo arrastró hacia la oscuridad eterna. La última fotografía quedó como recuerdo en su cámara, una imagen que quedó congelada en el tiempo justo antes de su desaparición de esta tierra.

Cuentan las personas que visitan el bosque que se escucha el clic de una cámara de fotos continuamente.

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