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S.O.S.--!!!!! NAUFRAGIO !!!!!!!!


 Nadie conocía aquel mar como él. Tras muchos años saliendo a pescar cada día, casi siempre en solitario, disfrutaba de la tranquilidad de los amaneceres. Aquel día no era diferente para Jaime. Se hizo a la mar en su pequeña barca llamada "Tormenta", llevando consigo todo lo necesario para la jornada. A menudo, la gente del pueblo le advertía del peligro de salir solo, pero él siempre respondía con una sonrisa y un gesto de saludo, diciendo:

—El mar y yo nos entendemos como se entienden los amantes.

Jaime era un enamorado del mar. Siempre decía a sus conocidos:

—El mar me llama, no puedo hacer oídos sordos a su llamada. Cuando entro en el mar con mi barca, encuentro todo lo que no puedo hallar en tierra firme.

Como cada día, la brisa salada acariciaba su curtido rostro. A los pocos minutos, la silueta de Jaime y su barco desaparecía en el horizonte, difuminándose poco a poco en el inmenso mar. Sin embargo, el cielo, que al principio parecía tan apacible, empezó a oscurecerse. Amenazantes nubes cargadas comenzaron a agruparse sobre la cabeza del pescador.

Por primera vez en mucho tiempo, Jaime sintió un escalofrío y algo de miedo. Había pasado por muchas tormentas en su vida de pescador, pero algo en su interior le decía que aquella era diferente, que era peligrosa. A pesar de ello, decidió continuar. Varias horas más tarde, la tormenta estalló con una furia indescriptible. Los relámpagos rasgaban el cielo y el ruido de los truenos sacudía el aire como un potente instrumento de percusión.

Las olas se elevaban como gigantes, arrojando a "Tormenta" de un lado a otro. Jaime luchaba con todas sus fuerzas para mantener el control de la pequeña embarcación, pero era prácticamente inútil; ante el poder de la tormenta, nada podía hacer. Vio venir la gran ola, pero no tuvo tiempo de reaccionar. La ola cayó sobre la embarcación, volcando el barco.

Jaime fue lanzado al agua helada. Consiguió aferrarse a un pedazo de madera, lo único que quedaba de su barca. Pasaron varias horas y la tormenta finalmente comenzó a amainar, pero "Tormenta" estaba totalmente destruida. Jaime se encontraba a la deriva en medio del inmenso mar, solo con la compañía de las olas y el viento.

Sabía que aquella madera era su única posibilidad de salvación, y ese pensamiento le hizo aferrarse más fuerte a ella. Sabía que su vida dependía de ello. La noche fue cayendo y, con la oscuridad, llegó el frío, un frío que calaba hasta los huesos. A lo lejos, la luna asomaba tímidamente entre las nubes, reflejándose en el frío mar.

Los días siguientes fueron una prueba de resistencia. Agotado de no dormir, recordaba los buenos momentos que pasaba en su cabaña preparando los aparejos de pesca. La segunda noche fue la más dura; el hambre y la sed comenzaron a atormentarlo. Afortunadamente, sabía cómo sobrevivir en el mar. Recogió agua de lluvia en una lata que encontró flotando y comió algas que también estaban a la deriva.

Ya llevaba cuatro días, y solo pudo dormir breves cabezadas, con el consiguiente peligro de perder su madera salvavidas. Conocía el mar y sabía que por aquella zona solían pasar barcos; alguno tenía que verlo. Estaba seguro de que los vecinos del pueblo habían dado aviso de su desaparición y lo estaban buscando.

Una de las noches, Jaime vio algo en el horizonte: una gran nave se acercaba en su dirección. Con la poca energía que le quedaba, empezó a gritar y a mover las manos desesperadamente. El barco estaba muy lejos y difícilmente lo escucharían. A medida que se acercaba, Jaime se dio cuenta con horror de que era un gigantesco crucero. La mole avanzaba hacia él como una montaña, y las olas que producía amenazaban con hundirlo definitivamente. Gritó con desesperación cuando el crucero pasó junto a él. Las enormes hélices crearon un torbellino que lo arrastró hacia el fondo. Jaime se aferró con fuerza a la madera para no perderla. Afortunadamente, el crucero pasó rápido y pudo volver a la superficie con su madera fuertemente agarrada.

Con las pocas fuerzas que le quedaban, Jaime avanzó en la dirección que creía correcta. Varias horas después, empezó a vislumbrar tierra, aunque parecía estar muy lejos para sus escasas energías. Estaba a punto de dejarse arrastrar al fondo del mar cuando otro pescador que estaba en la zona lo agarró del pelo justo cuando se hundía en el oscuro mar.

A pesar de lo sucedido, Jaime continúa saliendo casi cada día a pescar. No puede hacer oídos sordos a la llamada del mar.

LA MADRASTRA


 La nueva casa a la que se mudó la familia era antigua, con paredes que parecían querer contar viejas historias y una fachada que emanaba misterios ocultos. Luisa, una mujer que había encontrado el amor junto a Juan, un hombre viudo con dos niñas a su cargo, estaba decidida a formar una nueva familia y llenar la casa de risas y alegría. Las niñas se llamaban Marisa y Sonia.

Desde la primera noche, Luisa sentía una extraña sensación. Las habitaciones, aunque acogedoras durante el día, al llegar la noche se volvían opresivas, lo cual no le gustaba nada. A pesar de su inquietud, Luisa no quiso compartirlo con su pareja para no preocupar a la familia; siempre pensó que eran cosas suyas.

La primera noche, Juan durmió profundamente, agotado por el trasiego de la mudanza y los arreglos en su nuevo hogar. Luisa, en cambio, se despertó alrededor de la medianoche con una sensación de angustia. Sin ser plenamente consciente de sus acciones, se levantó y se dirigió a la cocina. Allí, extrajo de uno de los cajones un cuchillo de grandes dimensiones, de los que se usan para cortar carne. Sus movimientos eran lentos y deliberados, como si estuviera siguiendo un guion que solo ella conocía.

Con el cuchillo en la mano, Luisa subió las escaleras y se dirigió a la habitación de las niñas, que dormían plácidamente, ajenas a la presencia de Luisa. Ella se quedó inmóvil en un rincón de la habitación, observándolas con ojos rojos. Durante dos horas permaneció allí sin moverse, prácticamente sin pestañear. Justo cuando el primer rayo de sol entraba por la ventana, Luisa salía de la habitación y regresaba a su cama.

Ese comportamiento se repitió noche tras noche. Juan dormía plácidamente sin enterarse de nada, pues cuando despertaba, ella ya estaba a su lado en la cama. Sin embargo, Marisa y Sonia comenzaron a hablar entre ellas sobre la figura que veían por las noches en su habitación. Algunas veces, Marisa despertaba a Sonia en medio de la noche, susurrando que la sombra estaba allí de nuevo. Las niñas, asustadas, se abrazaban fuertemente hasta que volvían a quedarse dormidas.

Durante el día, Luisa no tenía ningún recuerdo de sus visitas nocturnas y continuaba su rutina diaria, ajena a los murmullos y miradas de las niñas. Una noche, Juan se despertó más temprano de lo habitual. Extrañado por la ausencia de Luisa, decidió buscarla. Al llegar a la habitación de las niñas, quedó horrorizado al ver a su mujer en un rincón de la habitación, con un gran cuchillo en las manos, mirando fijamente a las niñas. Sin pensárselo, se abalanzó sobre Luisa, inmovilizándola. El grito de las niñas despertó a Luisa de su trance. Desconcertada y asustada, soltó el cuchillo y miró a Juan y a las niñas sin comprender qué estaba pasando.

Juan, preocupado y confuso, decidió llevar a Luisa a un médico. Las pruebas y análisis no revelaron nada fuera de lo común. Finalmente, un amigo les sugirió que visitaran a un médium. Desesperados por hallar una solución e intentar entender el comportamiento de Luisa, aceptaron la recomendación.

El médium, un hombre anciano de aspecto desaliñado, los recibió en una sala repleta de objetos esotéricos. Tras una larga sesión, se reveló que la casa estaba habitada por espíritus con malas intenciones, especialmente concentrados en la habitación de las niñas. Luisa, en un estado de sonambulismo total por las noches, era sensible a esas presencias y sentía la necesidad de proteger a las niñas, aunque no era consciente de ello.

Con la ayuda del médium, la familia realizó una ceremonia de limpieza espiritual en la casa. La tensión y el miedo que antes se notaban en la casa empezaron a cambiar para bien. Luisa se sintió aliviada por el miedo que había causado involuntariamente.

A partir de ese día, Juan y Luisa pudieron dormir tranquilamente. Las niñas tardaron varios días, aunque al final también se relajaron y durmieron plácidamente. Luisa ya no se levantaba, y el cuchillo permanecía en un cajón de la cocina. 

Sin embargo, cada vez que Luisa pasaba por la habitación de las niñas, no podía evitar sentir un ligero escalofrío, como si una fría mano se apoyara en su espalda.

LA BOLSA DE JUDAS


 Era un domingo soleado de verano en la pequeña ciudad de Annecy. La familia Petit, como habitualmente hacía, paseaba por el centro de la ciudad, recorriendo las principales calles. Bastian y Amelie, los padres, junto con sus hijos Simon y Aurelie, disfrutaban del sol y la brisa que corría entre los edificios. Las calles estaban llenas de gente paseando, y los comercios estaban repletos de compradores.

Caminaban por la avenida principal cuando Aurelie, la menor de la familia, se detuvo de repente junto a una papelera.

—Papá, Mamá, mirad —exclamó la niña, señalando una bolsa negra.

Bastian se acercó y la recogió, sintiendo que algo inesperado encontraría en su interior. Intrigado, abrió la bolsa ligeramente y vio que estaba llena de billetes de euros, perfectamente ordenados en fajos.

—Esto es increíble —murmuró, cerrando rápidamente la bolsa.

—Tenemos que ir rápido a casa —susurró el patriarca.

Con la cara desencajada por la millonaria sorpresa, la curiosidad y la excitación eran palpables en cada paso que daban. Sin embargo, en el fondo, lo más inquietante era la preocupación por el hallazgo.

Una vez en casa, los cuatro se sentaron junto a una mesa con todo el dinero en el centro. Durante unos minutos no dijeron nada; solo miraban el dinero en la mesa.

—¿Cuánto creéis que hay? —preguntó Simon, el hijo.

—No lo sé, pero hay miles de euros, seguro —respondió la madre.

—Lo primero que tenemos que hacer es decidir qué hacemos con esto —dijo Aurelie, la hija.

El padre finalmente tomó la palabra.

—Tenemos varias opciones: podemos llevarlo a la policía, poner un anuncio en el periódico local diciendo que hemos encontrado una bolsa con dinero, aunque esto sería peligroso, cualquiera podría reclamarlo; o también podemos quedárnoslo.

—Creo que deberíamos quedárnoslo, es una oportunidad única en la vida —dijo Simon.

La madre lo miró con desaprobación.

—Simon, no sabemos de dónde viene. Podría ser robado o provenir de algún acto delictivo.

—Mamá tiene razón —intervino Aurelie—. ¿Y si alguien lo está buscando? Lo mejor es llevarlo a la policía.

El padre se rascó la barbilla, pensativo.

—No estoy seguro de que entregarlo a la policía sea lo mejor. ¿Y si nadie pregunta por él y se lo quedan ellos?

La discusión se alargó, sin llegar a un acuerdo. La tensión era palpable en la sala. Tras varias horas de charla con el dinero encima de la mesa, llegaron a una decisión consensuada: al día siguiente hablarían con el cura de su parroquia, el padre Joaquín.

—Hablaremos con él bajo secreto de confesión —sentenció Bastian, el padre.

Bien temprano, se dirigieron a la iglesia, pidiéndole al padre una confesión conjunta de la familia. El padre Joaquín les escuchó atentamente. Unos minutos de silencio bastaron para que el cura hablara.

—Esto es muy delicado. Sin embargo, conozco al dueño de la bolsa.

Los ojos de la familia Petit se abrieron de par en par.

—¿En serio, padre? —preguntó la madre de la familia.

—El dueño de ese dinero está involucrado en tráfico de drogas. Es un hombre peligroso, y si no encuentra el dinero, se enfurecerá mucho. Pero estamos bajo secreto de confesión y lo único que os puedo decir es que ese dinero os pertenece a vosotros.

La familia se miró sorprendida por la revelación.

—¿Qué debemos hacer? —preguntó la madre.

—Podéis hacer una aportación a la iglesia después de unos días y el resto para vosotros.

La familia salió de la iglesia con una mezcla de alivio y miedo. Habían hecho lo correcto pidiendo ayuda, pero ahora sabían que estaban metidos en un buen lío.

Esa noche, mientras dormían, Bastian se despertó con un extraño ruido en la parte baja de la casa. Despertó a su mujer y ambos bajaron las escaleras sigilosamente. Se encontraron con una figura oscura en el centro del salón: era el padre Joaquín.

—Padre Joaquín, ¿qué hace usted aquí? —preguntó Bastian, furioso.

El cura suspiró, sabiendo que estaba descubierto.

—La verdad es que yo también estoy involucrado en el tráfico de drogas. Esa bolsa es una parte del pago destinada a mí; la dejaron en un lugar diferente por error, por eso vine para intentar recuperarla.

El matrimonio se miró horrorizado.

—No podemos creerlo. ¿Cómo pudo engañarnos así? —sentenció Amelie, la madre.

—Ahora necesito ese dinero o las consecuencias serán terribles para mí.

Los hijos se despertaron con las voces provenientes del salón.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Simon.

Los padres informaron a sus hijos de lo sucedido.

—Llamemos a la policía —sentenció Simon.

—No, por favor, me matarán.

En ese momento, Simon salió de la sala y, sin pedir opinión, llamó a la policía. En pocos minutos, se escucharon acercarse las sirenas.

—De acuerdo, tienen razón, me enfrentaré a lo que me corresponda —respondió el cura entre lágrimas.

La policía llegó y arrestó al padre Joaquín, llevándose la bolsa con el dinero como evidencia. Informaron a la familia que estuvieran tranquilos, que en todo momento estarían vigilados.

Con el tiempo, las cosas se normalizaron. Varios años después, paseando nuevamente por la misma avenida, un periódico en el suelo abierto por la página de sucesos mostraba una noticia importante:

—El expadre Joaquín fue encontrado muerto en la celda 255 del penal de la Force.

La familia se miró y volvió a sentir miedo por el futuro.

MISTERIO EN LA MONTAÑA ( 2 PARTE )


 En un rincón oscuro y olvidado de la biblioteca del pueblo, escondido entre viejos volúmenes descatalogados y a punto de ser eliminado, yacía un libro cubierto de polvo y telarañas. Nadie había prestado atención a él, pero el título llamó la atención de Ernesto, el bibliotecario. Su título era "Los secretos del valle", sugiriendo que quizás diera respuestas a muchas preguntas.

El anciano bibliotecario decidió examinarlo tras escuchar la historia de quienes encontraron el templo. Abrió las amarillas páginas y comenzó a leer con mucho interés, sin saltarse nada, pues el futuro del pueblo podía estar allí.

El libro contaba la historia de los primeros pobladores del valle, quienes habían descubierto el templo de piedra. Según el libro, había sido construido por una civilización antigua, dedicada a oscuros dioses que exigían sacrificios humanos a cambio de protección al pueblo. Los ancianos del lugar, conocedores de la historia, decidieron enterrar el templo y ocultar su existencia, intentando poner fin a la historia en ese momento.

Don Ernesto leyó cómo cada cien años los oscuros dioses reclamaban su dominio, el cual solo podía ser otorgado con un ritual específico en el altar del templo. Se necesitaban cinco objetos, escondidos en diversos lugares del pueblo, para llevar a cabo el ritual. El libro proporcionaba cinco pistas para encontrarlos.

El bibliotecario reunió a un grupo de jóvenes para intentar acabar con el maleficio.

—La única forma de acabar con este maleficio es encontrar los objetos y realizar un ritual que está al final del libro —dijo Ernesto.

—Empieza con las pistas —reclamó el más lanzado de ellos.

—Entre las aspas y el grano, donde el viento canta su canción, hallarás el medallón que buscas, escondido en su interior.

—¿Qué puede ser? —preguntó uno de ellos.

—Tiene que ser el viejo molino.

—¡Vamos a averiguarlo!

Al llegar al molino, el grupo sintió una presencia inquietante. Con bastante temor buscaron, y al final lo encontraron en una rueda del molino. Cuando uno de ellos lo recogió, una sombra oscura surgió de improviso, atravesando la sala hasta desaparecer. Los jóvenes mantuvieron la calma y salieron del molino con el medallón.

La segunda pista: “Donde las oraciones quedaron en silencio y las campanas ya no suenan, busca bajo el altar sagrado lo que hace tiempo fue guardado.”

—¡La vieja iglesia abandonada! —gritaron todos al unísono.

Debajo del altar encontraron el cáliz cubierto de polvo y telarañas. Mientras salían de la iglesia, una figura espectral apareció, susurrando palabras en un idioma incomprensible para ellos. La figura se desvaneció rápidamente, y el grupo mantuvo la tranquilidad.

La tercera pista: “Entre lápidas antiguas y sombras del pasado, busca la tumba olvidada, donde un secreto ha quedado.”

—¡Una tumba del viejo cementerio! —la euforia del grupo fue en aumento.

Todos habían escuchado que en el cementerio había una tumba dedicada a las personas sin familia. Sacaron la lápida, movieron todos los huesos de los difuntos, y allí estaba una daga de rituales. La atmósfera del cementerio era fría y pesada, con una densa niebla que envolvía las lápidas. La daga parecía tener vida propia; su brillo era increíble. Mientras la recogían, un frío viento los envolvió, y entre la niebla parecían formarse figuras sobrenaturales. El grupo mantuvo la calma y abandonó el viejo cementerio con tranquilidad.

La cuarta pista: “Donde el sol apenas llega y el viento susurra historias en la oscura garganta de la montaña, hallarás lo que buscas.”

—Creo que esta vez no daremos con el cuarto elemento.

—¡Creo que lo tengo! —gritó uno de ellos.

—En el frondoso bosque apenas da el sol, y está en el centro de la montaña. Tiene que haber un escondite en el centro de la montaña.

La búsqueda dio sus frutos en la parte más interna de la montaña. Encontraron la entrada de una cueva, totalmente cubierta de musgo y maleza. Parecía que nadie había entrado en ella en siglos. El libro hablaba de una piedra preciosa que se utilizaba en los antiguos rituales. Al entrar en la cueva, se encontraron con un laberinto de oscuros túneles. Guiados por las inscripciones de las paredes, finalmente se encontraron en el centro de una cámara, en la cual, sobre un pedestal, descansaba la piedra preciosa. Mientras abandonaban la cueva, tenían la impresión de que la montaña tenía ojos y los estaba observando.

Solo quedaba la última pista: “Donde el tiempo ha tejido la historia, y las hojas se balancean con el viento, busca en las profundas raíces de un sabio anciano del bosque.”

—Tiene que referirse al viejo roble; es el árbol más antiguo del bosque —lo tenían claro.

Con sumo cuidado, fueron escarbando alrededor del viejo roble, hasta que finalmente encontraron una sucia cajita de madera, sellada. En su interior, descubrieron un amuleto de cristal, que, a pesar del tiempo enterrado dentro de la caja, emitía un calor inusual. En ese momento, el bosque pareció cobrar vida; los jóvenes sintieron una presencia no terrenal, pero el amuleto los protegió y pudieron salir ilesos.

Con los cinco objetos sagrados en su poder, regresaron al pueblo, nerviosos porque podían salvar al pueblo definitivamente. Solo había que esperar tres semanas, cuando se produciría un eclipse lunar.

En la noche del eclipse, todo el pueblo se reunió en el claro donde había sido descubierto el antiguo templo. Se construyó un altar provisional y se depositaron los objetos encima. Empezó el eclipse, dejando al pueblo en la oscuridad absoluta.

Don Ernesto inició el ritual recitando las palabras del libro. Los jóvenes rodeaban el altar. Mientras avanzaba el ritual, el aire se volvía irrespirable, como si fueran a morir todos. De repente, el suelo empezó a temblar; de los objetos salía una luz formando una figura etérea que parecía mirarlos fijamente.

Los aldeanos se estremecieron ante el ruido que provocó una explosión cercana. Una parte de la montaña estaba bajando en dirección a ellos. Todos huían despavoridos en dirección al pueblo. Tres horas después, todo había terminado. La ladera de la montaña que cayó sobre ellos enterró cualquier recuerdo del templo. Los habitantes caminaban por el pueblo comentando lo sucedido, aunque todos se preguntaban lo mismo:

—Dentro de cien años, ¿qué pasará?

TELEFONO MALDITO

 En un pequeño barrio de la ciudad, había una tienda vieja y mugrienta que vendía las antigüedades más inverosímiles que uno pudiera imagina...