Era un domingo soleado de verano en la pequeña ciudad de Annecy. La familia Petit, como habitualmente hacía, paseaba por el centro de la ciudad, recorriendo las principales calles. Bastian y Amelie, los padres, junto con sus hijos Simon y Aurelie, disfrutaban del sol y la brisa que corría entre los edificios. Las calles estaban llenas de gente paseando, y los comercios estaban repletos de compradores.
Caminaban por la avenida principal cuando Aurelie, la menor de la familia, se detuvo de repente junto a una papelera.
—Papá, Mamá, mirad —exclamó la niña, señalando una bolsa negra.
Bastian se acercó y la recogió, sintiendo que algo inesperado encontraría en su interior. Intrigado, abrió la bolsa ligeramente y vio que estaba llena de billetes de euros, perfectamente ordenados en fajos.
—Esto es increíble —murmuró, cerrando rápidamente la bolsa.
—Tenemos que ir rápido a casa —susurró el patriarca.
Con la cara desencajada por la millonaria sorpresa, la curiosidad y la excitación eran palpables en cada paso que daban. Sin embargo, en el fondo, lo más inquietante era la preocupación por el hallazgo.
Una vez en casa, los cuatro se sentaron junto a una mesa con todo el dinero en el centro. Durante unos minutos no dijeron nada; solo miraban el dinero en la mesa.
—¿Cuánto creéis que hay? —preguntó Simon, el hijo.
—No lo sé, pero hay miles de euros, seguro —respondió la madre.
—Lo primero que tenemos que hacer es decidir qué hacemos con esto —dijo Aurelie, la hija.
El padre finalmente tomó la palabra.
—Tenemos varias opciones: podemos llevarlo a la policía, poner un anuncio en el periódico local diciendo que hemos encontrado una bolsa con dinero, aunque esto sería peligroso, cualquiera podría reclamarlo; o también podemos quedárnoslo.
—Creo que deberíamos quedárnoslo, es una oportunidad única en la vida —dijo Simon.
La madre lo miró con desaprobación.
—Simon, no sabemos de dónde viene. Podría ser robado o provenir de algún acto delictivo.
—Mamá tiene razón —intervino Aurelie—. ¿Y si alguien lo está buscando? Lo mejor es llevarlo a la policía.
El padre se rascó la barbilla, pensativo.
—No estoy seguro de que entregarlo a la policía sea lo mejor. ¿Y si nadie pregunta por él y se lo quedan ellos?
La discusión se alargó, sin llegar a un acuerdo. La tensión era palpable en la sala. Tras varias horas de charla con el dinero encima de la mesa, llegaron a una decisión consensuada: al día siguiente hablarían con el cura de su parroquia, el padre Joaquín.
—Hablaremos con él bajo secreto de confesión —sentenció Bastian, el padre.
Bien temprano, se dirigieron a la iglesia, pidiéndole al padre una confesión conjunta de la familia. El padre Joaquín les escuchó atentamente. Unos minutos de silencio bastaron para que el cura hablara.
—Esto es muy delicado. Sin embargo, conozco al dueño de la bolsa.
Los ojos de la familia Petit se abrieron de par en par.
—¿En serio, padre? —preguntó la madre de la familia.
—El dueño de ese dinero está involucrado en tráfico de drogas. Es un hombre peligroso, y si no encuentra el dinero, se enfurecerá mucho. Pero estamos bajo secreto de confesión y lo único que os puedo decir es que ese dinero os pertenece a vosotros.
La familia se miró sorprendida por la revelación.
—¿Qué debemos hacer? —preguntó la madre.
—Podéis hacer una aportación a la iglesia después de unos días y el resto para vosotros.
La familia salió de la iglesia con una mezcla de alivio y miedo. Habían hecho lo correcto pidiendo ayuda, pero ahora sabían que estaban metidos en un buen lío.
Esa noche, mientras dormían, Bastian se despertó con un extraño ruido en la parte baja de la casa. Despertó a su mujer y ambos bajaron las escaleras sigilosamente. Se encontraron con una figura oscura en el centro del salón: era el padre Joaquín.
—Padre Joaquín, ¿qué hace usted aquí? —preguntó Bastian, furioso.
El cura suspiró, sabiendo que estaba descubierto.
—La verdad es que yo también estoy involucrado en el tráfico de drogas. Esa bolsa es una parte del pago destinada a mí; la dejaron en un lugar diferente por error, por eso vine para intentar recuperarla.
El matrimonio se miró horrorizado.
—No podemos creerlo. ¿Cómo pudo engañarnos así? —sentenció Amelie, la madre.
—Ahora necesito ese dinero o las consecuencias serán terribles para mí.
Los hijos se despertaron con las voces provenientes del salón.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Simon.
Los padres informaron a sus hijos de lo sucedido.
—Llamemos a la policía —sentenció Simon.
—No, por favor, me matarán.
En ese momento, Simon salió de la sala y, sin pedir opinión, llamó a la policía. En pocos minutos, se escucharon acercarse las sirenas.
—De acuerdo, tienen razón, me enfrentaré a lo que me corresponda —respondió el cura entre lágrimas.
La policía llegó y arrestó al padre Joaquín, llevándose la bolsa con el dinero como evidencia. Informaron a la familia que estuvieran tranquilos, que en todo momento estarían vigilados.
Con el tiempo, las cosas se normalizaron. Varios años después, paseando nuevamente por la misma avenida, un periódico en el suelo abierto por la página de sucesos mostraba una noticia importante:
—El expadre Joaquín fue encontrado muerto en la celda 255 del penal de la Force.
La familia se miró y volvió a sentir miedo por el futuro.
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