En un rincón oscuro y olvidado de la biblioteca del pueblo, escondido entre viejos volúmenes descatalogados y a punto de ser eliminado, yacía un libro cubierto de polvo y telarañas. Nadie había prestado atención a él, pero el título llamó la atención de Ernesto, el bibliotecario. Su título era "Los secretos del valle", sugiriendo que quizás diera respuestas a muchas preguntas.
El anciano bibliotecario decidió examinarlo tras escuchar la historia de quienes encontraron el templo. Abrió las amarillas páginas y comenzó a leer con mucho interés, sin saltarse nada, pues el futuro del pueblo podía estar allí.
El libro contaba la historia de los primeros pobladores del valle, quienes habían descubierto el templo de piedra. Según el libro, había sido construido por una civilización antigua, dedicada a oscuros dioses que exigían sacrificios humanos a cambio de protección al pueblo. Los ancianos del lugar, conocedores de la historia, decidieron enterrar el templo y ocultar su existencia, intentando poner fin a la historia en ese momento.
Don Ernesto leyó cómo cada cien años los oscuros dioses reclamaban su dominio, el cual solo podía ser otorgado con un ritual específico en el altar del templo. Se necesitaban cinco objetos, escondidos en diversos lugares del pueblo, para llevar a cabo el ritual. El libro proporcionaba cinco pistas para encontrarlos.
El bibliotecario reunió a un grupo de jóvenes para intentar acabar con el maleficio.
—La única forma de acabar con este maleficio es encontrar los objetos y realizar un ritual que está al final del libro —dijo Ernesto.
—Empieza con las pistas —reclamó el más lanzado de ellos.
—Entre las aspas y el grano, donde el viento canta su canción, hallarás el medallón que buscas, escondido en su interior.
—¿Qué puede ser? —preguntó uno de ellos.
—Tiene que ser el viejo molino.
—¡Vamos a averiguarlo!
Al llegar al molino, el grupo sintió una presencia inquietante. Con bastante temor buscaron, y al final lo encontraron en una rueda del molino. Cuando uno de ellos lo recogió, una sombra oscura surgió de improviso, atravesando la sala hasta desaparecer. Los jóvenes mantuvieron la calma y salieron del molino con el medallón.
La segunda pista: “Donde las oraciones quedaron en silencio y las campanas ya no suenan, busca bajo el altar sagrado lo que hace tiempo fue guardado.”
—¡La vieja iglesia abandonada! —gritaron todos al unísono.
Debajo del altar encontraron el cáliz cubierto de polvo y telarañas. Mientras salían de la iglesia, una figura espectral apareció, susurrando palabras en un idioma incomprensible para ellos. La figura se desvaneció rápidamente, y el grupo mantuvo la tranquilidad.
La tercera pista: “Entre lápidas antiguas y sombras del pasado, busca la tumba olvidada, donde un secreto ha quedado.”
—¡Una tumba del viejo cementerio! —la euforia del grupo fue en aumento.
Todos habían escuchado que en el cementerio había una tumba dedicada a las personas sin familia. Sacaron la lápida, movieron todos los huesos de los difuntos, y allí estaba una daga de rituales. La atmósfera del cementerio era fría y pesada, con una densa niebla que envolvía las lápidas. La daga parecía tener vida propia; su brillo era increíble. Mientras la recogían, un frío viento los envolvió, y entre la niebla parecían formarse figuras sobrenaturales. El grupo mantuvo la calma y abandonó el viejo cementerio con tranquilidad.
La cuarta pista: “Donde el sol apenas llega y el viento susurra historias en la oscura garganta de la montaña, hallarás lo que buscas.”
—Creo que esta vez no daremos con el cuarto elemento.
—¡Creo que lo tengo! —gritó uno de ellos.
—En el frondoso bosque apenas da el sol, y está en el centro de la montaña. Tiene que haber un escondite en el centro de la montaña.
La búsqueda dio sus frutos en la parte más interna de la montaña. Encontraron la entrada de una cueva, totalmente cubierta de musgo y maleza. Parecía que nadie había entrado en ella en siglos. El libro hablaba de una piedra preciosa que se utilizaba en los antiguos rituales. Al entrar en la cueva, se encontraron con un laberinto de oscuros túneles. Guiados por las inscripciones de las paredes, finalmente se encontraron en el centro de una cámara, en la cual, sobre un pedestal, descansaba la piedra preciosa. Mientras abandonaban la cueva, tenían la impresión de que la montaña tenía ojos y los estaba observando.
Solo quedaba la última pista: “Donde el tiempo ha tejido la historia, y las hojas se balancean con el viento, busca en las profundas raíces de un sabio anciano del bosque.”
—Tiene que referirse al viejo roble; es el árbol más antiguo del bosque —lo tenían claro.
Con sumo cuidado, fueron escarbando alrededor del viejo roble, hasta que finalmente encontraron una sucia cajita de madera, sellada. En su interior, descubrieron un amuleto de cristal, que, a pesar del tiempo enterrado dentro de la caja, emitía un calor inusual. En ese momento, el bosque pareció cobrar vida; los jóvenes sintieron una presencia no terrenal, pero el amuleto los protegió y pudieron salir ilesos.
Con los cinco objetos sagrados en su poder, regresaron al pueblo, nerviosos porque podían salvar al pueblo definitivamente. Solo había que esperar tres semanas, cuando se produciría un eclipse lunar.
En la noche del eclipse, todo el pueblo se reunió en el claro donde había sido descubierto el antiguo templo. Se construyó un altar provisional y se depositaron los objetos encima. Empezó el eclipse, dejando al pueblo en la oscuridad absoluta.
Don Ernesto inició el ritual recitando las palabras del libro. Los jóvenes rodeaban el altar. Mientras avanzaba el ritual, el aire se volvía irrespirable, como si fueran a morir todos. De repente, el suelo empezó a temblar; de los objetos salía una luz formando una figura etérea que parecía mirarlos fijamente.
Los aldeanos se estremecieron ante el ruido que provocó una explosión cercana. Una parte de la montaña estaba bajando en dirección a ellos. Todos huían despavoridos en dirección al pueblo. Tres horas después, todo había terminado. La ladera de la montaña que cayó sobre ellos enterró cualquier recuerdo del templo. Los habitantes caminaban por el pueblo comentando lo sucedido, aunque todos se preguntaban lo mismo:
—Dentro de cien años, ¿qué pasará?
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