En muchos lugares del país, comenzó a correr la noticia de lo sucedido en los supermercados, especialmente en uno de ellos: Donamerca. A finales de septiembre, los rumores empezaron a circular en las redes sociales.
Donamerca era el lugar al que la mayoría de la gente acudía para hacer sus compras diarias. Era conocido por su gran variedad de productos, precios bajos y trato amable. Sin embargo, en ese mes, algo extraño comenzó a suceder. Muchas personas juraban haber visto, entre las 19:00 y las 20:00 horas, a clientes gesticulando de manera extraña en el pasillo de las carnes, usando un lenguaje de signos que nadie comprendía.
La historia se difundió como la pólvora. Se decía que, si alguien lograba interpretar esos signos y compraba ciertos productos, se abriría una puerta a un mundo paralelo donde se concedían deseos de toda índole.
Al principio, muchos pensaron que era una simple broma sin fundamento, pero entonces empezaron a suceder cosas extrañas: la gente desaparecía, dejando los carritos abandonados en los pasillos.
La primera persona en desaparecer fue Carla Rodríguez, una mujer de 45 años, muy charlatana y risueña. Carla había ido a Donamerca una tarde para hacer la compra semanal. Nunca regresó a su casa. Su esposo alertó a la policía, pero no se encontró ni rastro de ella, solo su carrito abandonado en el pasillo de la carne.
Varios días después, se informó de la desaparición de Daniel Luz, quien había ido a Donamerca a comprar todo lo necesario para una cena romántica que había planeado con su novia. Su carrito también fue encontrado en el pasillo de la carne, lleno de productos que no coincidían con su lista de compras, entre ellos una piña boca abajo.
El pánico comenzó a extenderse por todo el país. ¿Qué estaba sucediendo en Donamerca?
Las personas dejaron de ir al supermercado; sin embargo, el morbo y la curiosidad empujaron a otros a investigar lo que sucedía. Una de ellas fue Ana Ramírez, una joven periodista que siempre buscaba una historia que contar. Ana había escuchado la historia y le llamó la atención por las desapariciones.
Decidió investigar lo que sucedía y acudió a la hora en que ocurrían los extraños eventos para descubrir la verdad. Llegó a Donamerca un miércoles a las 6:45, equipada con una cámara oculta y una grabadora de audio. Paseó por los pasillos fingiendo interés en los productos; incluso colocó en su carrito una piña boca abajo, como lo habían hecho los desaparecidos. Desde el momento en que llegó, notó una atmósfera extraña en el lugar: la iluminación parecía más tenue y el aire estaba frío, casi helado.
Observó a las personas a su alrededor; algunos clientes movían sus manos en el aire con extraños gestos. Un hombre alto, con una camiseta veraniega, hacía un movimiento circular con su mano derecha, mientras una mujer mayor respondía tocándose la nariz y luego levantando los dedos. Era un lenguaje que Ana no entendía.
De repente, sintió una presencia detrás de ella. Giró rápidamente y vio a un hombre de mediana edad, con una gorra de béisbol y una mirada intensa, observándola fijamente.
—¿Buscas algo en particular? —le preguntó con voz firme.
—Oh, no, solo estoy mirando —respondió Ana.
El hombre sonrió y se alejó, pero Ana no podía dejar de sentir su mirada sobre ella. Continuó observando todo a su alrededor, intentando comprender lo que sucedía. De repente, las luces parpadearon y se apagaron durante unos segundos. Cuando volvieron a encenderse, varios clientes habían desaparecido, dejando solo sus carritos vacíos en los pasillos.
Ana se quedó paralizada, pero rápidamente salió corriendo del supermercado.
Durante los días siguientes, investigó las desapariciones y los productos abandonados en los carritos. Descubrió que todos los carritos contenían una extraña variedad de carnes; algunas de ellas no estaban etiquetadas correctamente. Decidió tomar una muestra de cada producto y llevarlas a un laboratorio para que las analizaran.
Los resultados llegaron en pocos días, y lo que revelaron la dejó helada. Los análisis confirmaban que los productos contenían ADN humano.
Con el corazón acelerado y las manos temblorosas, Ana llamó a la policía y les informó de su hallazgo. Aunque al principio no la creyeron, los resultados del laboratorio eran concluyentes. La policía ordenó una inspección sanitaria en el supermercado.
El día de la inspección, cerraron Donamerca y comenzaron a revisar todo el establecimiento. En el sótano, detrás de una puerta con llave, encontraron una habitación que olía a sangre y descomposición. En el centro de la habitación había una mesa de metal con herramientas afiladas y manchas de sangre seca.
Mientras seguían registrando el lugar, encontraron restos humanos, algunos parcialmente descompuestos y otros claramente frescos. Era un matadero humano clandestino. Nadie podía creer lo que sucedía en el supermercado, justo delante de ellos.
Las visitas a Donamerca cesaron entre las 19:00 y las 20:00 horas. La gente volvió a su rutina. El supermercado fue cerrado y reabierto meses después con otro nombre. Lo curioso es que en el nuevo supermercado nunca vendían piñas.
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