Muchas
veces solía cargar carburante en la gasolinera a la cual se estaba acercando
con una idea fija en la cabeza, no veía solución a sus problemas y lo que se le
ocurrió hace unos días cree que es la última posibilidad de que le escuchen.
Todo
empezó hace tres años, a su madre le diagnosticaron una enfermedad muscular
degenerativa, no tenía cura, poco a poco se iría apagando como una vela sin
oxígeno, solo le esperaba la muerte.
Después
de varias consultas a diferentes doctores, el diagnóstico siempre era el mismo,
Distrofia Muscular De Duchenne, esta enfermedad se suele dar en niños de corta
edad, pero su madre tenía ya 70 años, con suerte le daban dos años más de vida.
Cuando
le confirmaron el diagnóstico, tomo la decisión, dejaría su piso temporalmente y
se iría a vivir con su madre que vivía de alquiler, los doctores le aconsejaron
que no la sacaran de su entorno, eso es lo que hizo, dejo su vivienda
temporalmente cerrada, y se fue a vivir a un pequeño piso junto a su madre.
Los
primeros meses fueron muy duros para él, ver como su madre perdía toda la
vitalidad, le apenaba, una mujer que saco a su hijo con su esfuerzo, trabajando
todo lo que podía, ella tenía que doblar esfuerzos, su marido falleció cuando
su hijo era todavía un bebe.
Él veía a su madre llegar a casa agotada del
trabajo y ponerse a preparar la cena, muchas horas las paso con las vecinas
mientras su madre trabajaba.
No
llego a dos años falleció a los 19 meses, después de todo el papeleo que le
pedía la burocracia, pudo dar un entierro digno a su madre.
Al
salir del cementerio se dirigió al piso que le dio cobijo junto a su madre los
últimos meses de su vida, llamo al timbre de la planta baja, lugar donde vivía
el propietario del piso.
--lo siento mucho Mario, su madre era una gran
persona—
--gracias
señor Jenaro, vengo a traerle las llaves de la vivienda, y saber si le queda
algún pago pendiente de mi madre—
--no,
su madre siempre pagaba al día, nunca se atrasó—
--bueno, pues me marcho. Las ropas y demás
enseres de mi madre se los puede dar a Caritas, alguien los necesitará, estoy seguro, los pocos recuerdos que yo quería
ya los tengo, muchas gracias por todo—
con estas palabras se despidió y enfilo el
camino de la estación, para regresar a su domicilio tenía ganas de volver a su
hogar.
Tres horas en el tren, con un trasbordo
incluido, al fin, en su ciudad, las calles les parecieron más sucias que de
costumbre.
Al fin llego al bloque donde estaba su piso,
un coqueto apartamento de 70 metros, entro en el ascensor y apretó con fuerza
el tercer piso, el elevador ascendió con su clásico ruido.
Abrió la puerta y algo le aterrorizo, la
cerradura de su casa había sido forzada y cambiada por otra similar, en ese
momento la vecina del piso de frente al suyo, salió al rellano.
--Mario, intentamos localizarte para avisarte,
desconocíamos donde estabas, ocuparon tu casa, cuando avisemos a la policía ya
era tarde, llevaban una semana viviendo dentro—
Se dirigió a la puerta apretando fuertemente
el timbre, que sonó estrepitosamente, un chico de unos veinticinco años con el
pelo lleno de rastas, abrió la puerta.
--que
quiere usted—
--quiero
que os larguéis de mi piso ahora mismo—
--¿tu piso? Perdona es nuestro piso, tenemos
unos derechos adquiridos y no nos marcharemos—
Mario se abalanzó sobre él, okupa que de un
portazo cerro la puerta. Muchas visitas a la policía, que solo le corroboraba
que no los podía echar por las bravas.
Muchos meses intentando desalojar a los okupas,
sin fruto, un amigo le dejo vivir con él durante el tiempo que necesitara, el
dinero se le estaba acabando, no podía ni colaborar en la compra de comida, con
los diez euros que le quedaban se acercaba a la gasolinera, una garrafa en la
mano derecha, se colocó frente a la caja y pidió diez euros en el surtidor
cuatro.
La dependienta diligente se apresuró a
ejecutar el pedido.
--ya lo
tiene, ¿se quedó sin gasolina en el auto?—
--si,
si eso es lo que me paso—
con la garrafa ya llena, encamino sus pasos
hacia el ayuntamiento, una vez frente a él, abrió el envase y se roció del
carburante todo el cuerpo, la gente que en ese momento pasaban al notar el
fuerte olor se separaban de él, los curiosos empezaron a pararse alrededor a
pesar del peligro que suponía.
Mario
sacó una hoja de papel y con voz firme empezó su lectura.
“”Ya que las leyes y los jueces no nos amparan
con esta protesta quiero pedirles que no permitan más estos atropellos, yo
acabo de perder a mi madre, ahora me voy a reunir con ella, espero que su
conciencia no les deje vivir en paz nunca””
Acabada
la frase, saco un encendedor del bolsillo y sin que nadie pudiera evitarlo lo
encendió, produciendo una llamarada de varios metros de alto, cuando alguien
con un extintor intento apagar la antorcha humana, era tarde, Mario ya voló
junto a su madre, los vecinos del piso de Mario entraron por la fuerza
expulsando a los okupas, pero ya era tarde la reacción de la sociedad, los
jueces y políticos tiene que llegar antes de que otros Marios sigan el camino.
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