La ciudad estaba irreconocible. El espectáculo de luces y música que inundaba el carnaval la transformaba por completo.
Las calles, abarrotadas de gente disfrazada, vibraban con el baile incesante bajo una lluvia de confeti. El desfile de carrozas avanzaba lentamente, desbordante de colorido. Las comparsas llenaban el aire de risas y gritos. Nadie imaginaba que, entre las máscaras y disfraces, se ocultaba un asesino.
Él se movía entre la multitud con sigilo, oculto tras una máscara veneciana dorada y un disfraz de arlequín rojo y negro. Su plan era perfecto: los gritos de las víctimas se perderían entre el bullicio de la fiesta, y nadie sospecharía nada… hasta que fuera demasiado tarde.
Su primera víctima fue un hombre mayor. Lo observó con atención, fingió tropezar con él y, en un movimiento rápido y preciso, hundió el cuchillo entre sus costillas. El hombre abrió los ojos con sorpresa, pero el asesino lo sostuvo por los hombros, simulando un abrazo entre amigos. La gente pasaba a su lado sin notar nada extraño. Unos segundos después, el anciano se desplomó junto a una esquina solitaria.
El desfile continuaba. Un grupo de bailarinas con plumas y lentejuelas danzaba al ritmo de la samba. Los ojos del asesino se fijaron en una joven vestida de hada. Se acercó bailando y, con un giro elegante, la alcanzó. Ella apenas sintió un leve pinchazo en el abdomen.
—¿Estás bien? —preguntó alguien al notar que tropezaba.
—Sí… sí… —respondió ella antes de caer al suelo.
Su cuerpo quedó inerte mientras la multitud seguía bailando.
El asesino disfrutaba del juego. Se movía como un fantasma invisible entre la muchedumbre. Su siguiente víctima era un hombre disfrazado de pirata, que bebía de una jarra mientras reía con sus amigos. Cuando el pirata se alejó para orinar en un callejón, el asesino lo siguió.
—Buenas noches —le susurró.
—Sí… una gran no…—
No pudo terminar la frase. Un segundo después, su cuerpo cayó al suelo.
El asesino avanzó entre la multitud, la adrenalina recorriendo su cuerpo. Todo salía perfecto. Solo le quedaba elegir una nueva víctima. Sus ojos se detuvieron en una mujer con uniforme de policía. Pero ella no estaba de fiesta… estaba trabajando.
Se acercó con sigilo. La música y el bullicio serían su tapadera. Deslizó el cuchillo oculto en la manga de su disfraz. Un paso más, y estaría lo suficientemente cerca para hundir la hoja en su cuerpo.
Pero algo salió mal.
La agente de policía lo había estado observando desde que recibió el primer aviso de un asesinato en el desfile. Lo había visto moverse de manera sospechosa entre la multitud.
Justo cuando el asesino levantó el cuchillo para atacar, la policía giró bruscamente y atrapó su muñeca con fuerza.
—¡Quieto! —gritó mientras forcejeaba con él.
El asesino intentó apuñalarla con la otra mano, pero ella lo esquivó y le propinó un rodillazo en el estómago. El golpe fue fuerte, pero no definitivo. La lucha entre ambos duró varios minutos. La gente observaba, creyendo que era parte del espectáculo carnavalesco.
Finalmente, la policía logró colocarle las esposas.
La mujer miró al asesino. La máscara dorada, ahora salpicada de sangre, aún mostraba una sonrisa inquietante.
Mientras la multitud continuaba celebrando, la policía se apoyó contra una pared. Estaba agotada. Había atrapado a un monstruo… pero sabía que el mal podía esconderse en cualquier lugar, incluso detrás de una máscara sonriente, en medio de una fiesta.
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