El Instituto de Educación Secundaria “El Roble” se encontraba en el noroeste del pueblo, cerca de la montaña más alta que rodeaba la ciudad. La fachada, revestida de granito gris con pequeñas piedras en relieve, daba la impresión de ser una prisión más que un lugar de aprendizaje debido a sus ventanas enrejadas.
Los estudiantes bromeaban diciendo que solo faltaban los guardias armados para que definitivamente pareciera un centro penitenciario. La dirección del instituto era conocida por su mano dura en el cumplimiento de las normas: los teléfonos y otros dispositivos electrónicos estaban estrictamente prohibidos, al igual que fumar. Todos los profesores estaban completamente de acuerdo con estas medidas.
Entre los estudiantes, el malestar crecía día a día. Las normas eran vistas como injustas y opresivas, comparadas con grilletes para los presos. En la clase 12C, esta opresión se convirtió en la chispa que encendió la llama de la rebelión. Abel, un alumno delgado y espigado, con una mirada intensa y mucho carácter, se convirtió en el líder de un grupo de estudiantes que decidió que ya era suficiente.
—Este es nuestro momento, basta ya de dictadura en la enseñanza —proclamaba Abel.
Abel tenía una habilidad innata para negar evidencias y manipular a sus compañeros para conseguir sus objetivos.
—Nos controlan para evitar que pensemos por nosotros mismos. No nos quieren dejar ver la realidad —decía mientras organizaba reuniones clandestinas entre clases.
—Es hora de recuperar nuestra libertad.
Todo comenzó un viernes, cuando el profesor de Matemáticas, el señor Martínez, confiscó el teléfono de una estudiante durante una pausa entre clases. La chica, llorando, justificaba su acción.
—Estoy preguntando por mi madre, que está enferma.
El profesor no cedió, confiscó el teléfono y lo envió a la oficina del director, donde quedaría hasta que los padres de la estudiante pudieran recogerlo. Este suceso fue el desencadenante que Abel y su grupo estaban esperando. En una reunión improvisada en los baños de los chicos, Abel propuso un plan que dejó a todos helados por el riesgo que suponía.
—Tomaremos el control de “El Roble”. Haremos que nos escuchen, aunque para eso tengamos que usar la fuerza.
El lunes, el grupo llegó temprano, mucho antes de que sonara el timbre de entrada. Se aseguraron de que todas las puertas de las clases estuvieran cerradas con llave. Luego se dirigieron al salón de profesores, donde los docentes preparaban el día. Los cinco que se encontraban en ese momento fueron encerrados y amordazados en el gimnasio. Todo estaba calculado.
Cuando los demás estudiantes llegaron, se encontraron con las puertas cerradas y sin entender qué sucedía. En ese momento, Abel tomó uno de los altavoces del instituto.
—Atención estudiantes, esta es una toma del instituto “El Roble”. No se alarmen, los profesores están retenidos y no serán liberados hasta que se cumplan nuestras demandas.
—¿Cuáles son nuestras demandas? —preguntó un alumno.
—Queremos el fin de las restricciones sobre dispositivos electrónicos y un trato más humano y justo.
Los estudiantes murmuraban entre ellos, algunos emocionados por el plan, otros visiblemente asustados. Los primeros minutos fueron de confusión. Los estudiantes intentaban comprender qué pasaba. Un pequeño grupo intentó forzar la puerta del gimnasio para liberar a los profesores, pero Abel y sus amigos, con sentido común, lo impidieron.
Los profesores, inicialmente incrédulos, empezaron a darse cuenta de la situación. Atados y amordazados, podían ver cómo los estudiantes tomaban posiciones de vigilancia. Los dispositivos electrónicos confiscados fueron amontonados en una mesa frente a los docentes. Abel, en una demostración de fuerza, rompió en pedazos el móvil del director del colegio.
—Ellos nos quieren destruir, nosotros destruiremos sus pertenencias.
Algunos estudiantes trajeron alcohol, y el consumo temprano empezó a hacer efecto. Uno de ellos, con una navaja en la mano, amenazaba a los profesores con matarlos si lo miraban a la cara. Abel se estaba dando cuenta de que la situación se le escapaba de las manos.
En el exterior, la policía y los padres se habían reunido rápidamente. Se pidió un grupo de GEOS para controlar la situación. Dentro del instituto, los que tomaban alcohol complicaban todo. Finalmente, la policía irrumpió en el interior, avanzando cautelosamente por los pasillos. Con un megáfono, intentaron negociar con los alumnos. La negociación duró poco tiempo. El alumno con la navaja realizó un corte superficial en el cuello del director.
Los GEOS finalmente intervinieron, neutralizando en pocos momentos a los alumnos y liberando a los profesores, mientras los médicos atendían a los heridos.
Desde ese día, el gobierno comenzó a crear una ley para prohibir cualquier aparato electrónico en las aulas.
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