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LA MORGUE




 Faltaba poco para las navidades, concretamente era 23 de diciembre de 1987.

En la clínica Sagrada Familia, situada en la calle Torras y Pujalt, de Barcelona, sucedió esta historia que os voy a relatar. El frío de la noche calaba los huesos a los pocos transeúntes que se atrevían a estar en la calle. El equipo de médicos forenses trabajaba en la morgue de la clínica, capitaneado por el doctor Juan Hernández, un gran profesional que llevaba más de diez años en este trabajo. La sala estaba iluminada por unos veinte tubos fluorescentes de color pálido, una luz que no era precisamente lo más idóneo para los cuerpos que descansaban en las brillantes mesas de acero inoxidable. El intenso silencio solo era interrumpido por el metálico ruido de las herramientas chocando con el acero, a lo que se unía el ligero zumbido de los motores de las neveras. El doctor Juan Hernández estaba trabajando en un cuerpo que había sido recogido en un accidente de tráfico, sucedido en una población cercana de la costa. La víctima era un joven de unos veinticinco años, moreno de unos 180 centímetros de altura, cuyo cuerpo había sido destrozado por el impacto. El doctor Hernández estaba concentrado en la autopsia examinando las heridas y tomando los pertinentes apuntes para el informe forense que enviaría a la compañía de seguros y los familiares. Estaba tan ensimismado en el trabajo que no se dio cuenta de que sus compañeros ya se habían marchado y estaba él solo. De repente escucho un ruido extraño en el pasillo, al principio pensó que todo era fruto de su imaginación, pero no, el ruido continuaba y cada vez era más fuerte, se apartó del cuerpo que estaba examinando, pausadamente se dirigió a la puerta de la morgue, la abrió lentamente y comprobó personalmente que no había nadie en el pasillo de donde le pareció escuchar el metálico ruido, volvió al trabajo, pero también regreso el ruido, esta vez salió al pasillo y comprobó que nadie estaba en él, cuando se cercioró de ello volvió a su trabajo con el cuerpo del joven accidentado. Sin embargo, el ruido no ceso, era un ruido rítmico y al mismo tiempo sordo, como si alguien estuviera arrastrando algo pesado por el pasillo. Salió de la morgue y decidió investigar de donde provenía el dichoso ruido, nada, cuando salía al pasillo el ruido desaparecía también.no tenía miedo, pero sentía una cierta intranquilidad, regreso sobre sus pasos y otra vez el ruido persistía, fue entonces cuando se dio cuenta de que el ruido provenía de una de las neveras para cadáveres. Se acercó a la nevera y la abrió. Allí vio a su ocupante, se había movido de su sitio y realizaba movimientos para intentar salir al exterior de la nevera. Era la primera vez que el doctor Hernández sentía miedo en su trabajo, sus ojos vieron como el cadáver luchaba por salir. La delgadez de la figura contrastaba con la dureza de su mirada, tenía la mirada fría de la muerte. El doctor intentó volver a cerrar la puerta de la nevera, no podía, el cuerpo del interior, empujaba en sentido contrario e impedía que esta se cerrara de nuevo. Finalmente, consiguió apretar fuertemente la puerta a pesar de la fuerza que ejercía desde dentro el cadáver, para asegurarse que no podía abrirla, corrió hasta la otra parte de la sala el doctor, para coger una pesada silla de acero y con ella bloquear la nevera. Presa del terror, el doctor Hernández abandono a la carrera la sala, para llamar a la policía. —qué paso—pregunta el policía —mejor vengan y lo ven ustedes con sus ojos— Los dos policías marchaban justamente detrás del doctor, preocupados por la actitud de este. Cuando entraron en la sala de autopsias, todo parecía en orden, incluso la silla que el doctor puso para bloquear la nevera estaba en su lugar. Abrieron la nevera ante la insistencia del doctor, todo está correcto, el cadáver dentro de la nevera y sin ningún síntoma de haber tenido vida en muchos días. El doctor Hernández después de ese día dejo el trabajo y nunca más piso una morgue ni como visitante. A pesar de estar seguro de todo lo que vio, nunca se lo explico a nadie, para que; nadie le creería. Después del doctor Hernández, varios forenses que trabajaron en la misma sala, también dejaron el trabajo, sin explicar por qué lo hacían.

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